sábado, 8 de noviembre de 2008

El amor valiente (I)

Comienza a hacerse de noche y acabo de cerrar las persianas y encender la luz de la sala. El rayito débil de sol que se ha colado hoy en casa ha conseguido mantener una temperatura tolerable y por ahora no es necesario poner en marcha la calefacción. Las letras han comenzado a salir algo destempladas pero parece que se van acomodando al papel y a encontrarse a gusto.

Llevo toda la tarde oyendo la misma canción, a veces saltando a otra, pero siempre volviendo a la misma como si fuese la primera vez que la oyese, sintiéndome en un santuario y dejando en segundo término todo lo demás. La canción derrite mis engranajes y comienzo a funcionar de verdad después de una larga temporada de trabajo. A veces una canción o un concierto sirven para rescatarnos del vuelo y agarrarnos por los pies de vuelta a la tierra. Y es aquí donde me encuentro con un poema que habla de la necesidad de perder. De que hay que atreverse a perder algo todos los días, y nos desafía, diciendo que perder es un arte. Quien me lo mostró conoce mi debilidad de aferrarme a lo mío y mi nostalgia necesaria. De todas formas, me he dado cuenta de que a veces vivimos en una gran paradoja. Por un lado, está el desgarro que se vive al perder un objeto (o al decidir fríamente que nos vamos a deshacer de él porque no nos es útil) ya que en ocasiones, aunque sólo haya permanecido un momento con uno, parece absurdamente que forma parte inequívoca de nuestra vida (por ejemplo, la entrada del concierto del que os hablo, que apenas hace referencia al artista al que fui a ver, y la foto principal la ocupa la caja de ahorros que lo patrocinaba) y por otro lado, que a veces se entremezcla con el anterior, está la corriente activa de cosas que pierdo a diario porque mi mente no está en absoluto centrada en ellas, porque en definitiva, pienso yo, me dan igual. Y sí, me dan igual, hasta que por necesidad las busco, y casi siempre encuentro, como ocurre con los pendientes o con el bono del metro, robando tiempo que tendría que estar empleando en bajar a zancadas las escaleras de casa.

La poesía trata muchos de estos matices. Las cosas, por el hecho de existir, dice la poeta, llevan impresas el germen de la pérdida. De forma consciente sé que desaparecerán varias veces de mi vida, porque mi mente está pendiente de lo que realmente me importa, que tienden a ser cosas no materiales, y vendrán y se volverán a ir. El tema cambia cuando tenemos que decidir nosotros que no queremos verlas más. Son cosas que obtuvimos en un tiempo pasado, que ya no volverá, y puede parecer ridículo, por qué te cuesta deshacerte de un viejo vaso deslustrado de cristal? porque materializa un tiempo que no pudimos agarrar y que ya se ha ido. Aquí es donde creo que se mete la poeta, Elisabeth Bishop, que mira de frente a la nostalgia y le dice que se deje de protagonismos, y a nosotros, que no es tan horrible perder un lugar en el que hemos estado, un objeto querido, un nombre..está claro que es algo que hacemos a diario, pero seríamos capaces de agarrar unas tijeras y cortar ciertos hilos de nuestro pasado? es necesario?

2 comentarios:

Neftalí Jara dijo...

Sobre todo un nombre...
Nos aferramos con una fuerza extraordinaria a las personas, ¿no crees?

Magari dijo...

y a veces supone un alivio tremendo alejarse de otras..un biquiño