miércoles, 26 de noviembre de 2008

Los estratos horizontales


Dice Sábato que en la sociedad hay estratos horizontales. Las vidas de las personas que comparten un mismo estrato se cruzan con frecuencia y se encuentran en los lugares más peculiares, pasando a ser escenarios que inspiran un extraño arropamiento. Esto es así, y por eso no me incomodaba ni sorprendía cuando mis compañeros y yo nos encontrábamos.

Escribí sobre esto hace unos años, cuando estudiaba fuera de casa. Me cruzaba con mis compañeros de estrato y los reconocía entre la gente. Me sabía sus vidas sin que me las hubieran contado. Qué importa qué de cierto había en ellas de cara a los demás, nosotros estábamos por encima de eso. En mis idas y venidas desordenadas en tren los encontraba en el mismo vagón y me sentía en casa. Nunca nos cruzamos la mirada, eso no formaba parte del código de comunicación de los comoradores de estrato; teníamos un código propio que solo nosotros interpretábamos.

Me pregunto a dónde habrán ido, y si me echarán de menos. Me los imagino a todos juntos, pululando como peces de mar bajo la misma corriente. Confío que será cuestión de tiempo que nos volvamos a encontrar y mientras tanto me recibirán en un nuevo estrato porque, aunque parezca mentira, no nos mantenemos ajenos ante el que se mueve dubitativo por un terreno tan extraño.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Siempre Baroja (II)

Es asombroso cómo similares pensamientos acuden sin ser llamados. Es como si estuvieran tan llenos de enegía que atraen a sus congéneres para darle a una más a qué dar vueltas. Hoy me he encontrado con esta reflexión, que continúa jugando con la idea de la pérdida de aquí abajo y habla de la necesidad de lo eterno para aferrar nuestra existencia a esta vida. Cuando el cielo vuelve a despegarse, aparece Baroja.

No sé por qué parecen llenas de mágica melancolía las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.

Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas, pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..en aquel rincón fuimos felices..nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia.

Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo. La inanimidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. Yo quisiera que mi espíritu fuera como el ruiseñor, que canta en la noche negra y sin estrellas, o como la alondra, que levanta su vuelo en la desolación de los campos, y no el pájaro herido que se viene a tierra velozmente..


Las inquitudes de Shanti Andía. Libro tercero, La vuelta al hogar. Pio Baroja

sábado, 8 de noviembre de 2008

El amor valiente (I)

Comienza a hacerse de noche y acabo de cerrar las persianas y encender la luz de la sala. El rayito débil de sol que se ha colado hoy en casa ha conseguido mantener una temperatura tolerable y por ahora no es necesario poner en marcha la calefacción. Las letras han comenzado a salir algo destempladas pero parece que se van acomodando al papel y a encontrarse a gusto.

Llevo toda la tarde oyendo la misma canción, a veces saltando a otra, pero siempre volviendo a la misma como si fuese la primera vez que la oyese, sintiéndome en un santuario y dejando en segundo término todo lo demás. La canción derrite mis engranajes y comienzo a funcionar de verdad después de una larga temporada de trabajo. A veces una canción o un concierto sirven para rescatarnos del vuelo y agarrarnos por los pies de vuelta a la tierra. Y es aquí donde me encuentro con un poema que habla de la necesidad de perder. De que hay que atreverse a perder algo todos los días, y nos desafía, diciendo que perder es un arte. Quien me lo mostró conoce mi debilidad de aferrarme a lo mío y mi nostalgia necesaria. De todas formas, me he dado cuenta de que a veces vivimos en una gran paradoja. Por un lado, está el desgarro que se vive al perder un objeto (o al decidir fríamente que nos vamos a deshacer de él porque no nos es útil) ya que en ocasiones, aunque sólo haya permanecido un momento con uno, parece absurdamente que forma parte inequívoca de nuestra vida (por ejemplo, la entrada del concierto del que os hablo, que apenas hace referencia al artista al que fui a ver, y la foto principal la ocupa la caja de ahorros que lo patrocinaba) y por otro lado, que a veces se entremezcla con el anterior, está la corriente activa de cosas que pierdo a diario porque mi mente no está en absoluto centrada en ellas, porque en definitiva, pienso yo, me dan igual. Y sí, me dan igual, hasta que por necesidad las busco, y casi siempre encuentro, como ocurre con los pendientes o con el bono del metro, robando tiempo que tendría que estar empleando en bajar a zancadas las escaleras de casa.

La poesía trata muchos de estos matices. Las cosas, por el hecho de existir, dice la poeta, llevan impresas el germen de la pérdida. De forma consciente sé que desaparecerán varias veces de mi vida, porque mi mente está pendiente de lo que realmente me importa, que tienden a ser cosas no materiales, y vendrán y se volverán a ir. El tema cambia cuando tenemos que decidir nosotros que no queremos verlas más. Son cosas que obtuvimos en un tiempo pasado, que ya no volverá, y puede parecer ridículo, por qué te cuesta deshacerte de un viejo vaso deslustrado de cristal? porque materializa un tiempo que no pudimos agarrar y que ya se ha ido. Aquí es donde creo que se mete la poeta, Elisabeth Bishop, que mira de frente a la nostalgia y le dice que se deje de protagonismos, y a nosotros, que no es tan horrible perder un lugar en el que hemos estado, un objeto querido, un nombre..está claro que es algo que hacemos a diario, pero seríamos capaces de agarrar unas tijeras y cortar ciertos hilos de nuestro pasado? es necesario?