jueves, 25 de diciembre de 2008

Flores de trapo


Por la noche, después del crepúsculo, la hermosa niña de cabellos cenicientos hace de nuevo el esfuerzo de entornar el pesado portón de hierro. Lo abre un suspiro, y por él se desliza. La distancia que la separa del suelo es considerable, y con mucho cuidado se deja caer por el muro de cemento. Por fin, sus pequeños pies descalzos tocan la tierra húmeda, y la hierba le hace cosquillas entre los dedos. La luna ilumina su mundo, roto el silencio por los quejidos de las aves que parten, a lo lejos, en cortejo de un barco pesquero, a saquear los restos que queden en cubierta. El romper de las olas es para la pequeña una canción de cuna, que la mece y llama a acercarse al acantilado. Sus pasos son cortos e inseguros, su mirada negra derrama tristeza, y su pequeña boca, el tinte del misterio. El viento aúlla gravemente, corta sus labios y juega cruel con el níveo y deplorable camisón que envuelve, fino como una segunda piel, su pálido y tan delgado cuerpo. Entonces la niña se sienta a oír el mar, y abrazando sus piernas intenta proteger su cuerpo del viento que la atraviesa.
Aun tan pequeña, sabe ya reflexionar y valerse de sus recuerdos; era un duro invierno, que se colaba por puertas y ventanas. Todas las vacas murieron y el cultivo desapareció bajo una avalancha de nieve. Era una mamá, que cuidaba el fuego y preparaba calderos de agua. Era una niña en cama, que sudaba y deliraba, aunque en realidad tenía mucho frío. La mamá con serena mirada la acompañaba y secaba la frente, tranquilizándola del todo. Un día la niña se fue, tan dormida como estaba.
Esta noche, después de tanto tiempo, es el mar quien se hace cargo de la pequeña. Compasivo pero inquebrantable, le recuerda que tiene que volver a su cama. Ella, buena, obedece y se levanta. A tientas y empujada por el fiero viento, que no ha parado de rugir, regresa a su morada. Allí su pie se encuentra con algo extraño, suave y cálido. Parece un manojo de flores, de tela, que alguien ha depositado como ofrenda inerte, alejada de la vida, y que por ello podrá ser eterna. La niña las recoge y se las lleva al pecho, con ellas trepa el pequeño muro y cierra de nuevo el portalón. Tumbada y apretando los ojos, se mantendrá inmóvil, hasta ahogarse en su silencio.
Las flores de trapo acabarán marchitándose entre sus dedos.

1 comentario:

Neftalí Jara dijo...

Cada vez que me siento a estudiar, tengo de frente este recorte de periódico. Y siempre pienso que tarde o temprano formará parte de un libro.