martes, 30 de diciembre de 2008

Reencuentros

Para mí ha sido la mejor forma de acabar el año. Gracias a estos días en casa y con vosotros (a los que os vi en persona, por mail o por teléfono) parece que todo vuelve a encajar. El cielo ya no me engloba y vuelve a su sitio. Felices momentos para el año que entra, queridos y nuevos conocidos

jueves, 25 de diciembre de 2008

Flores de trapo


Por la noche, después del crepúsculo, la hermosa niña de cabellos cenicientos hace de nuevo el esfuerzo de entornar el pesado portón de hierro. Lo abre un suspiro, y por él se desliza. La distancia que la separa del suelo es considerable, y con mucho cuidado se deja caer por el muro de cemento. Por fin, sus pequeños pies descalzos tocan la tierra húmeda, y la hierba le hace cosquillas entre los dedos. La luna ilumina su mundo, roto el silencio por los quejidos de las aves que parten, a lo lejos, en cortejo de un barco pesquero, a saquear los restos que queden en cubierta. El romper de las olas es para la pequeña una canción de cuna, que la mece y llama a acercarse al acantilado. Sus pasos son cortos e inseguros, su mirada negra derrama tristeza, y su pequeña boca, el tinte del misterio. El viento aúlla gravemente, corta sus labios y juega cruel con el níveo y deplorable camisón que envuelve, fino como una segunda piel, su pálido y tan delgado cuerpo. Entonces la niña se sienta a oír el mar, y abrazando sus piernas intenta proteger su cuerpo del viento que la atraviesa.
Aun tan pequeña, sabe ya reflexionar y valerse de sus recuerdos; era un duro invierno, que se colaba por puertas y ventanas. Todas las vacas murieron y el cultivo desapareció bajo una avalancha de nieve. Era una mamá, que cuidaba el fuego y preparaba calderos de agua. Era una niña en cama, que sudaba y deliraba, aunque en realidad tenía mucho frío. La mamá con serena mirada la acompañaba y secaba la frente, tranquilizándola del todo. Un día la niña se fue, tan dormida como estaba.
Esta noche, después de tanto tiempo, es el mar quien se hace cargo de la pequeña. Compasivo pero inquebrantable, le recuerda que tiene que volver a su cama. Ella, buena, obedece y se levanta. A tientas y empujada por el fiero viento, que no ha parado de rugir, regresa a su morada. Allí su pie se encuentra con algo extraño, suave y cálido. Parece un manojo de flores, de tela, que alguien ha depositado como ofrenda inerte, alejada de la vida, y que por ello podrá ser eterna. La niña las recoge y se las lleva al pecho, con ellas trepa el pequeño muro y cierra de nuevo el portalón. Tumbada y apretando los ojos, se mantendrá inmóvil, hasta ahogarse en su silencio.
Las flores de trapo acabarán marchitándose entre sus dedos.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Despertares

-Retenlos cinco minutos más, anda..que he pasado una noche horrible..

el metro a las escaleras mecánicas

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Momentos

Se va cerrando un año sin haberme dado yo cuenta, agotándose como este lápiz con el que escribo tumbada en la cama. Creo que el motivo principal es que ha sido el primer año de trabajo completo y en el he tenido que racionar mis vacaciones. Hay para quien incomprensiblemente 28 días al año se hace demasiado, para mí sin duda ha supuesto un hachazo más a mi libertad en este año donde me he movido casi exclusivamente por mis obligaciones. Tener delante un calendario en blanco y hacer exiguas crucecitas para reservarme los días que van a ser míos y entregárselo a gerencia fue algo lamentable. El resto de los días, encoger la mente, hacerse una pelota y trabajar entregándome al máximo. Esto no parece una novedad, pero por el hecho de que se tenga asumida esta forma de vida como la normal, no me parece que sea la correcta..

En este año tan fugaz he vivido muchas novedades, situaciones inesperadas, complicidades, logros, impotencias, dejando cosas en el camino y reafirmando queridas amistades superando el desafío de la distancia. No ha sido un año de viajes ni grandes pasiones. Han sido descubrimientos con los pies en el suelo y enfrentamientos con la dura realidad de tener en las manos la vida y la muerte. Todo me han enseñado algo. No me he perdido buscando los destellos que adornan la cadena, sino que he vivido inmersa en los eslabones que la hacen posible. En estos momentos de echar la vista atrás, quiero dar palabra a los acontecimientos de mi día a día que han estado aquí y que me han hecho sentir bien en este año. Un homenaje a mis pequeños recuerdos que tanto valoro.

la relajación máxima cuando atravieso el umbral de mi casa y dejo mis carpetas en la entrada

encender el ordenador y encontrarme con emails de gente a la que quiero. Y algunos inesperados

volver a Galicia

ver bien a mi gente querida

despertarme en una guardia con el sonido del despertador y no del busca

las ocurrencias e ideas de mis amigos

la vida secreta de los gatos de mi patio

el zumo de naranja. El chocolate

la montaña

los colores de otoño en el conservatorio de al lado de mi casa

escribir y escribir

mi música y bailoteos

los recuerdos

los reecuentros

estrenar calcetines

ver crecer a mi plantita de aloe vera

sentir los músculos latiendo cuando logro ir al gimnasio

la motivación cuando llego de clase, aunque sea a las nueve de la noche

abrazar las sábanas de mi cama después de una guardia

acertar con un tratamiento

que Saramago esté bien

dominar la respiración cuando hablo en público

la esperanza de los informativos de Gabilondo

el momento en que mis caseros se van de casa

leer a mis amigos

una sonrisa en el trabajo. No digamos una carcajada

las ficciones de Borges

la emoción a raudales de un día libre. Mis pies jugando con las sábanas

colgar la ropa y ver que no se ha desteñido

encuentros en el ascensor

esa mirada..


Fotografía de R.Merino

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Los estratos horizontales


Dice Sábato que en la sociedad hay estratos horizontales. Las vidas de las personas que comparten un mismo estrato se cruzan con frecuencia y se encuentran en los lugares más peculiares, pasando a ser escenarios que inspiran un extraño arropamiento. Esto es así, y por eso no me incomodaba ni sorprendía cuando mis compañeros y yo nos encontrábamos.

Escribí sobre esto hace unos años, cuando estudiaba fuera de casa. Me cruzaba con mis compañeros de estrato y los reconocía entre la gente. Me sabía sus vidas sin que me las hubieran contado. Qué importa qué de cierto había en ellas de cara a los demás, nosotros estábamos por encima de eso. En mis idas y venidas desordenadas en tren los encontraba en el mismo vagón y me sentía en casa. Nunca nos cruzamos la mirada, eso no formaba parte del código de comunicación de los comoradores de estrato; teníamos un código propio que solo nosotros interpretábamos.

Me pregunto a dónde habrán ido, y si me echarán de menos. Me los imagino a todos juntos, pululando como peces de mar bajo la misma corriente. Confío que será cuestión de tiempo que nos volvamos a encontrar y mientras tanto me recibirán en un nuevo estrato porque, aunque parezca mentira, no nos mantenemos ajenos ante el que se mueve dubitativo por un terreno tan extraño.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Siempre Baroja (II)

Es asombroso cómo similares pensamientos acuden sin ser llamados. Es como si estuvieran tan llenos de enegía que atraen a sus congéneres para darle a una más a qué dar vueltas. Hoy me he encontrado con esta reflexión, que continúa jugando con la idea de la pérdida de aquí abajo y habla de la necesidad de lo eterno para aferrar nuestra existencia a esta vida. Cuando el cielo vuelve a despegarse, aparece Baroja.

No sé por qué parecen llenas de mágica melancolía las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.

Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas, pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..en aquel rincón fuimos felices..nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia.

Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo. La inanimidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. Yo quisiera que mi espíritu fuera como el ruiseñor, que canta en la noche negra y sin estrellas, o como la alondra, que levanta su vuelo en la desolación de los campos, y no el pájaro herido que se viene a tierra velozmente..


Las inquitudes de Shanti Andía. Libro tercero, La vuelta al hogar. Pio Baroja

sábado, 8 de noviembre de 2008

El amor valiente (I)

Comienza a hacerse de noche y acabo de cerrar las persianas y encender la luz de la sala. El rayito débil de sol que se ha colado hoy en casa ha conseguido mantener una temperatura tolerable y por ahora no es necesario poner en marcha la calefacción. Las letras han comenzado a salir algo destempladas pero parece que se van acomodando al papel y a encontrarse a gusto.

Llevo toda la tarde oyendo la misma canción, a veces saltando a otra, pero siempre volviendo a la misma como si fuese la primera vez que la oyese, sintiéndome en un santuario y dejando en segundo término todo lo demás. La canción derrite mis engranajes y comienzo a funcionar de verdad después de una larga temporada de trabajo. A veces una canción o un concierto sirven para rescatarnos del vuelo y agarrarnos por los pies de vuelta a la tierra. Y es aquí donde me encuentro con un poema que habla de la necesidad de perder. De que hay que atreverse a perder algo todos los días, y nos desafía, diciendo que perder es un arte. Quien me lo mostró conoce mi debilidad de aferrarme a lo mío y mi nostalgia necesaria. De todas formas, me he dado cuenta de que a veces vivimos en una gran paradoja. Por un lado, está el desgarro que se vive al perder un objeto (o al decidir fríamente que nos vamos a deshacer de él porque no nos es útil) ya que en ocasiones, aunque sólo haya permanecido un momento con uno, parece absurdamente que forma parte inequívoca de nuestra vida (por ejemplo, la entrada del concierto del que os hablo, que apenas hace referencia al artista al que fui a ver, y la foto principal la ocupa la caja de ahorros que lo patrocinaba) y por otro lado, que a veces se entremezcla con el anterior, está la corriente activa de cosas que pierdo a diario porque mi mente no está en absoluto centrada en ellas, porque en definitiva, pienso yo, me dan igual. Y sí, me dan igual, hasta que por necesidad las busco, y casi siempre encuentro, como ocurre con los pendientes o con el bono del metro, robando tiempo que tendría que estar empleando en bajar a zancadas las escaleras de casa.

La poesía trata muchos de estos matices. Las cosas, por el hecho de existir, dice la poeta, llevan impresas el germen de la pérdida. De forma consciente sé que desaparecerán varias veces de mi vida, porque mi mente está pendiente de lo que realmente me importa, que tienden a ser cosas no materiales, y vendrán y se volverán a ir. El tema cambia cuando tenemos que decidir nosotros que no queremos verlas más. Son cosas que obtuvimos en un tiempo pasado, que ya no volverá, y puede parecer ridículo, por qué te cuesta deshacerte de un viejo vaso deslustrado de cristal? porque materializa un tiempo que no pudimos agarrar y que ya se ha ido. Aquí es donde creo que se mete la poeta, Elisabeth Bishop, que mira de frente a la nostalgia y le dice que se deje de protagonismos, y a nosotros, que no es tan horrible perder un lugar en el que hemos estado, un objeto querido, un nombre..está claro que es algo que hacemos a diario, pero seríamos capaces de agarrar unas tijeras y cortar ciertos hilos de nuestro pasado? es necesario?

miércoles, 8 de octubre de 2008

Delirios preternaturales

Esta tarde subiendo las escaleras del fnac me encontré de frente con unos ojos que se me clavaban como alfileres y proyectaban una extraña fijación en mí. Se trataba de un libro de la sección de novedades, y es más, se trataba de un cómic. Hace muchos años que dejé de leerlos y, ahí va eso, desde las andanzas de Mortadelo jamás he sentido curiosidad por ninguno de ellos (muchos me daréis carpetazo después de estas asombrosas declaraciones, eh?). Me acerqué al libro que me llamaba desde la estantería y cuál fue mi asombro al ver que se trataba de historias de la infancia del ni más ni menos cosmogónico y recurrente en mi vida H.P. Lovecraft. Oscuro y misántropo, solitario, siniestro y terrible escritor que puso al revés el género de terror y que me encuentro de niño respondiendo a un abusón que le quita el almuerzo del colegio. Dejé el libro en la estantería e intenté alejarme hacia mis secciones de siempre, pero el poder lovecraftiano ya me estaba succionando, creando una espiral rammenothica que inevitablemente me empujaba hacia él. Me llevé el libro, sí, el comic de diseño excepcional estaba ya en mi poder (yo en el suyo) envuelto en un sobre de papel, e iba por la calle como una niña (o no niña) con una tableta de chocolate que cuenta con impaciencia los pasos que la alejan de casa. Como de niña, tampoco ahora me propuse respetar esa inútil espera, y destapé mi nuevo tesoro apoyada en la barandilla del metro, deslumbrando todos los vagones con el poder de chuthuhlhu.

Si en tantas ocasiones las fantasías superan al propio autor, con Lovecraft me pasa todo lo contrario. No son los delirios del escritor, sino su sola presencia la que me fascina. La idea de un ser solitario en una húmeda habitación de altas paredes, bajo una luz tenue proyectando sombras alargadas, revolviéndose en sus historias preternaturales y retando al terror para ver hasta dónde es capaz de llegar en las páginas de un libro, es decir, la idea del Soñador de Providence, como lo llaman en el libro, es lo que más me atrae de él. Desde que lo conocí escalando las estanterías familiares explorando nuevos horizontes, vuelve a mí de forma cíclica y cuando menos me lo espero, perdiéndome en sus terrores abstractos y sus colores terroríficos. Me he dado cuenta de que nuestra relación se va creando a base de capas consolidadas, recibiendo noticias suyas que llegan sin avisar. La enorme sorpresa de recibir este año por mi cumpleaños, de manos de mis amigos, sus obras completas, supuso uno de esos encuentros.

Lector obsesivo que exprime los escritos de sus antecesores, estalla en su obra cosmogónica y reparte viva inspiración entre aquellos apasionados que beben de sus letras. Me ha fascinado comprobar y entender que no se puede tener a Lovecraft calladito en nuestros recuerdos. Como sus personajes, se mueve, se desliza, aparece sin poder estarse quieto en nuestra mente haciendo que los que lo llevamos dentro tengamos que escupir fragmentos lovecraftianos y mantenerlo vivo en este mundo para que siempre pueda seguir contando historias de los suyos. Pasad al otro lado y maravillaos con este universo en expansión que crece bajo el legado inagotable de H.P. Lovecraft.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Hasta Siempre, Butch Cassidy


Persiguiendo su mirada me adentré en el mundo del cine, haciéndome creer que todos los actores serían maravillosos y todas las películas fantásticas. Más tarde supe que era él, insólito, hermoso y penetrante, quien lo hacía posible . Lo encontré siendo muy niña y qué fortuna recorrer mi vida con él y su trabajo. Su carcajada al borde del precipicio irá siempre conmigo.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Comunicación


En la universidad han contratado a un traductor en lengua de signos para hacer de intérprete del profesor a un alumno sordomudo. Traduce la lección hablada, y cuando el profesor comienza a irse por las ramas, el intérprete cierra y abre la mano haciendo una pinza con los dedos, y gesticula “bla, bla, bla” con cara de aburrimiento, momento en el cual toda la clase suelta el bolígrafo y cierra sus cuadernos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Un ramito de Cecilias


De pequeña, la cantante Cecilia era una más en nuestros trayectos familiares en coche. Todos gritábamos a garganta partida los estribillos de sus canciones. Yo, aun sin entenderla del todo, me quedaba fascinada por sus letras, por lo que decía, y sobre todo por el temple y la calidez de sus melodías. Parecía que las palabras fuesen brotando de su mente de forma natural para contar historias complejas, de vidas frustradas, sueños rotos, pero también de amor y optimismo hacia una tierra que amaba. Un año decidí llevarme el cassette a mi casa porque me había enganchado a la suavidad de sus letras, y aunque no comprendiese muchas palabras, estaba realmente emocionada con sus canciones. De alguna forma la adopté como mi hermana mayor, mujer experimentada, serena y madura. Desde el primer momento en que la conocí, supe que estaba muerta. Murió en un accidente de tráfico. Nosotros cantábamos sus canciones en la carretera, recordándola, y gritando sus canciones de amor a su tierra la sentía renacer. Su energía se metía como un calambrazo en mi cuerpo, y entonces yo cantaba todavía más alto, cantaba por las dos. Este año me enteré que murió con 27 años. La hermana mayor, mi referente, ese alguien a quien aspirar en un futuro, resulta que se murió con mi edad. No puedo creer que haya escrito esos versos tan hermosos y maduros siendo ya más joven que yo. No entiendo cómo pudo haber consolidado su elaborado tono de voz en lo que realmente significaba todavía el despunte de su carrera. Me asombra y emociona, por lo que siempre significó para mí. Creo que es injusto decir que vivió deprisa. Su tiempo transcurrió a la misma velocidad que el de todos los que tenemos su edad. Ella valía para llegar así de lejos tan joven, y tendría el mismo derecho de seguir manejando su vida, a su ritmo, como el que tenemos nosotros.

Dicen que viajando es como mejor se conoce a las personas. Así fue como conocí yo a Cecilia, en nuestros sucesivos viajes, y quizás por ser tan pequeña entonces tengo hoy tan vivas sus canciones, como las palabras de una hermana mayor. Gracias a internet la conozco ahora más allá de la foto deslustrada del cassete. Y me impresiona muchísimo verla, la imagen de alguien que siempre estuvo en mi vida con sus bonitas canciones pero que nunca he llegado a conocer. Resulta que tenía una cara, y es más, se movía.

Sus letras visitan mi mente desde niña. Es posible ponerse a reflexionar en cada uno de sus versos. A lo largo de los años he logrado descifrar muchas de sus palabras, pero aún me queda por conocer algunas. Es que aún soy muy pequeña..me pregunto si algún día seré tan mayor como Cecilia para lograr entenderla del todo.

Arroutada


Sé que no es el mejor momento para meterme en estas historias. Comienzo nuevos proyectos, me vienen encima nuevas responsabilidades, y no voy a tener apenas tiempo de respirar, es decir, de escribir, de evadirme. Pero lo cierto es que mi mente va por delante de mis intenciones y las arrasa sin ninguna contemplación. Desde hace tiempo da por hecho que escribo una página, y me encuentro sentada delante del ordenador, buscándola. Una arroutada de la mente, como tantas otras jugarretas. Se la concedo, al fin. Esta experiencia me acompañará de manera limitada, hasta cumplir el antojo de mi mente y mis ganas de escribir. Me pregunto además qué se piensa que pueda contar. Mis experiencias son reducidas, las conocéis, con las neuronas ramificadas en el trabajo y dispersas fuera de él, pero sin el conocimiento ni la seguridad de crear ningún tipo de dogma que merezca ser leído. Ni ganas. Lo cierto es que echo de menos hablar con vosotros y analizar el mundo a nuestra manera. Los días son intensos, la realidad cambiante, y son muchas las historias que se merecerían un momento de reflexión a vuestro lado. Cuando esta etapa termine y me pregunte qué he aprendido en estos años, quiero pensar que he vivido las pequeñas cosas y que he compartido mi tiempo con la gente que me importa. Muchos estáis lejos, y aunque de palabra nos contemos cómo nos va todo, este invento ayuda también a acortar distancias y decir que aquí estamos, que seguimos viviendo, que seguimos siendo los de siempre. Por aquí andaré, para los que queráis saber de mí. Bienvenidos viejos y nuevos conocidos.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Cruce de caminos


En el colegio aprendimos a solucionar ecuaciones matemáticas. Signos aritméticos se abrían ante nuestros ojos inexpertos, y a base de esfuerzo y dedicación, adquiríamos una metódica para dar identidad a la suplicante X que no sabía la pobre por dónde le venía el aire. El mundo está lleno de ecuaciones que flotan en el aire, y en cada una de ellas se materializa una vida entera. Nuestras experiencias se acumulan en números que se suman y restan cerrados en paréntesis, que se multiplican por acontecimientos y que a veces se dividen. En el medio, una frágil X abrumada por tanto enredo. Una incógnita que no halla solución. Creemos conocer su identidad en un borrador inicial, que se diluye con el primer golpe de realidad. Quizás nos lleve tanto como la vida encontrarla y saber quién somos, porque las nubes cambiantes hacen sombra en el camino y la ecuación se vuelve a veces oscura e insondable. Creo que esta travesía es nuestro mejor viaje, y vale mucho la pena vivir siendo una X nutrida por el cariño de los nuestros, lanzada al mundo y que busca, en definitiva, acabar por conocer su identidad. Hagámoslo entre todos antes de que el cielo se acabe despegando. Feliz de encontraros en el camino.